Shenzhen: de aldea pesquera a capital tecnológica global
Por Fabián Pizarro, periodista y director general proyecto «Efecto China» Radio Cooperativa
Cuando en 1979 Deng Xiaoping impulsó la apertura de China al mundo con su política de «Reforma y Apertura» (改革开放), pocos imaginaron que una pequeña aldea de pescadores en la frontera con Hong Kong se convertiría en uno de los experimentos económicos más exitosos del siglo XX y XXI. Shenzhen, que en ese entonces apenas superaba los 30 mil habitantes, hoy es una megalópolis de más de 17 millones de personas, sede de gigantes tecnológicos como Huawei, Tencent, DJI o BYD, y un motor de innovación reconocido a nivel mundial.
En 2025, cuando se celebran los 45 años de Shenzhen como Zona Económica Especial (ZEE), la ciudad muestra y encarna tanto los logros como los desafíos del modelo de desarrollo chino.
Su historia es, en muchos sentidos, la metáfora más clara del ascenso de China en la economía global.
De la pobreza a la vanguardia
Shenzhen fue oficialmente declarada Zona Económica Especial en 1980. En aquel entonces, el término mismo resultaba ambiguo. Deng Xiaoping y los líderes chinos buscaban crear espacios donde se pudieran ensayar políticas de mercado bajo un estricto control estatal. El objetivo era simple pero arriesgado: atraer inversión extranjera, importar tecnología y crear un entorno económico que sirviera de laboratorio para el país.
El contraste es gigante: lo que en los años 70 era un conjunto de aldeas agrícolas y pesqueras, hoy es un hub global de innovación. El PIB de Shenzhen supera el de países enteros como Chile o Portugal, con más de 482.000 millones de dólares en 2023. Y lo más asombroso: gran parte de esta riqueza se ha generado en menos de medio siglo.
El «Silicon Valley chino»
Si durante los primeros 20 años Shenzhen fue sinónimo de manufactura, en las últimas dos décadas ha dado un salto cualitativo hacia la tecnología y la innovación. Las empresas nacidas en esta ciudad han dejado de ser simples ensambladoras para convertirse en líderes globales.
Huawei, fundada en 1987 en Shenzhen, pasó de ser un pequeño proveedor de equipos de telecomunicaciones a uno de los gigantes mundiales.
Tencent, creador de WeChat, no solo revolucionó las comunicaciones en China, sino que se ha transformado en un ecosistema digital.
DJI, líder mundial en drones comerciales, ha convertido a Shenzhen en un referente en robótica aérea.
BYD, pionero en autos eléctricos, demuestra cómo la ciudad está a la vanguardia de la transición energética.
No es exagerado afirmar que Shenzhen se ha consolidado como un «Silicon Valley chino», pero con una diferencia clave: mientras en California el ecosistema tecnológico surgió de la conjunción de universidades, capital de riesgo y cultura contracultural, en Shenzhen la innovación se desarrolló bajo un esquema híbrido donde el Estado, las empresas y los capitales privados trabajan en estrecha simbiosis.
La ciudad como laboratorio urbano
La transformación de Shenzhen no es solo económica: también es urbana y social. La ciudad se ha convertido en un laboratorio de modernización. Su skyline, con más de 300 rascacielos de más de 200 metros, rivaliza con Hong Kong y Nueva York. Sus sistemas de transporte público, con una red de metro de más de 500 kilómetros y una flota de autobuses eléctricos 100% electrificada, la colocan a la vanguardia de la sostenibilidad urbana.
Además, Shenzhen ha sido pionera en la aplicación de tecnologías de ciudad inteligente: cámaras con reconocimiento facial, sistemas de gestión de tráfico en tiempo real, plataformas de pago digital integradas. Todo esto la convierte en una suerte de vitrina del futuro urbano que China busca proyectar al mundo.
Luces y sombras del modelo
Pero sería ingenuo hablar de Shenzhen solo en términos de éxito. La ciudad también simboliza algunas de las tensiones más fuertes del desarrollo acelerado chino.
Desigualdad social: el crecimiento económico ha generado enormes brechas.
Presión sobre la vivienda: los precios inmobiliarios en Shenzhen están entre los más altos de China.
Sostenibilidad ambiental: a pesar de los esfuerzos en transporte eléctrico, enfrenta retos de contaminación.
Shenzhen en el tablero global
En 45 años, Shenzhen no solo ha transformado a China: ha alterado el equilibrio económico mundial. El modelo que allí se ensayó se ha convertido en la marca registrada del «socialismo con características chinas».
Hoy, muchos países del Sur Global observan a Shenzhen como una referencia de cómo impulsar el desarrollo sin seguir necesariamente las recetas occidentales.
Shenzhen: el símbolo de un siglo
En sus 45 años como Zona Económica Especial, Shenzhen es más que una ciudad: es un símbolo del cambio de época. Representa la capacidad de un país para reinventarse, pero también los dilemas de un desarrollo tan vertiginoso que desafía a sus propios ciudadanos y al sistema internacional.
Shenzhen muestra que el futuro no es lineal: que una aldea de pescadores puede transformarse en la capital tecnológica de un país en apenas dos generaciones. Sin embargo, también nos recuerda que la modernización trae consigo contradicciones: tensiones sociales, desigualdades y debates sobre libertad y control.
Cuando en 1984 Deng Xiaoping visitó Shenzhen, pronunció una frase que aún resuena: «Desarrollar es la verdad dura» (发展才是硬道理). Shenzhen es la prueba viviente de esa convicción. Hoy, 45 años después, podemos decir que este experimento no solo cambió a una ciudad, sino que redefinió el lugar de China en el mundo.