Chile y la urgencia de pensar a largo plazo: lo que podemos aprender de los planes quinquenales de China
Por: Fabián Pizarro Arcos, director del proyecto «Efecto China» de Radio Cooperativa
En un mundo con cambios cada vez más vertiginosos -tecnológicos, climáticos, energéticos o geopolíticos-, los países que logran mantener el rumbo son aquellos que planifican más allá del corto plazo.
Chile, históricamente acostumbrado a reaccionar más que anticipar, enfrenta hoy una encrucijada: continuar improvisando su desarrollo o construir una hoja de ruta clara, sostenida y ambiciosa. En este contexto, y en un año de elecciones presidenciales, mirar hacia China y su modelo de planes quinquenales resulta ilustrativo.
China: 70 años de planificación sistemática
Desde 1953, la República Popular China ha implementado sucesivamente planes quinquenales, cada uno con objetivos económicos, sociales, tecnológicos y ambientales definidos. No se trata de ejercicios burocráticos como a veces se cree, sino de un sistema de gobernanza estratégica que articula metas de Estado con políticas públicas, inversión y desarrollo científico.
El resultado está a la vista: en siete décadas, China pasó de ser una economía rural y devastada por guerras a convertirse en la segunda potencia mundial, líder en infraestructura, innovación tecnológica y energías renovables. Cada plan quinquenal ha sido una brújula colectiva: fija prioridades, coordina a ministerios, gobiernos locales, universidades y empresas estatales y privadas, y establece mecanismos de evaluación permanente.
En el actual 14° Plan Quinquenal (2021–2025), China ha puesto énfasis en la autosuficiencia tecnológica, la transición verde y la prosperidad común. No es casualidad que el país lidere hoy la producción mundial de paneles solares, autos eléctricos y baterías de litio. Todo responde a una decisión planificada, no a la suerte ni al mercado.
¿Y nosotros? Chile: potencial inmenso, pero disperso
Chile tiene condiciones excepcionales para proyectarse como un país líder en América Latina: estabilidad institucional (a pesar de los pesimistas de turno), abundantes recursos naturales, una red de tratados de libre comercio y acuerdos comerciales con más de 30 países y un potencial energético que lo sitúa entre los destinos más atractivos para la inversión verde.
Sin embargo, la falta de planificación estratégica de largo plazo ha sido una constante. En Chile, muchas políticas públicas suelen depender de los ciclos políticos, cambiando de rumbo cada cuatro o cinco años. Los proyectos muchas veces se anuncian sin continuidad, las prioridades se dispersan y los grandes consensos nacionales se diluyen entre la urgencia y la coyuntura.
Chile ha demostrado capacidad de gestión en crisis, pero poca visión cuando se trata de imaginar su futuro. No existe, por ejemplo, un gran plan nacional de desarrollo a 20 o 30 años que defina metas en educación, innovación, industrialización verde o integración territorial.
Aprender del modelo chino: pensar el país como un proyecto común
El ejemplo de China no radica en copiar su sistema político, sino en adoptar su cultura de planificación. En lugar de improvisar, China construye consensos técnicos y políticos en torno a objetivos nacionales. Cada plan quinquenal se formula a partir de amplias consultas públicas, investigaciones académicas y proyecciones científicas.
Chile podría -y debería- institucionalizar un sistema de planificación nacional que trascienda los gobiernos y se actualice cada cinco años, con metas verificables y participación ciudadana. Un «Plan Chile 2050», por ejemplo, que fije una ruta clara en torno a temas clave:
Educación y capacitación técnica.
Energías renovables.
Desarrollo regional.
Ciencia e innovación.
Diversificación productiva.
Energía verde.
Si China apostó por el acero y las manufacturas en los años 60, y por la tecnología en los 2000, hoy Chile debe apostar por la energía limpia. El país posee una de las radiaciones solares más altas del planeta, reservas de litio estratégicas y una costa extensa ideal para el desarrollo del hidrógeno verde.
Pero la oportunidad no se concretará sola. Sin una planificación estatal de largo plazo, el país corre el riesgo de exportar materias primas sin generar industria local, como ocurrió históricamente con el cobre.
Educación y conocimiento: la base de toda planificación
Uno de los pilares del éxito chino ha sido la educación planificada como política de Estado. Cada plan quinquenal incluye objetivos específicos para mejorar la calidad educativa, fomentar la investigación y conectar el conocimiento con el desarrollo productivo del futuro.
Un sistema de planificación nacional debería incluir un plan de formación de talento humano: identificar las industrias prioritarias -energías limpias, minería sustentable, biotecnología, software, turismo verde- y vincularlas con programas educativos y de capacitación específicos.
Al igual que China, Chile necesita planificar no solo su economía, sino también su sociedad del conocimiento.
Política exterior y comercio: una red que debe tener dirección
Chile se enorgullece de ser el país con más tratados de libre comercio del mundo. Sin embargo, esa apertura no ha sido parte de una estrategia coherente de diversificación productiva. Exportamos mucho, pero con poco valor agregado.
China ha usado sus tratados y asociaciones globales -como la Iniciativa de la Franja y la Ruta- como instrumentos de una política exterior planificada para asegurar mercados, recursos y cooperación tecnológica.
Chile podría utilizar su red de acuerdos comerciales como base para una diplomacia económica planificada, orientada a atraer inversiones sostenibles, innovación tecnológica y cooperación científica, no solo intercambio de mercancías.
Planificación participativa: un nuevo pacto nacional
La planificación no significa centralización ni imposición. En la experiencia china contemporánea, los planes quinquenales integran la participación de regiones, universidades, empresas privadas y comunidades locales. El Estado fija el rumbo, pero el desarrollo es compartido.
Chile podría adoptar un modelo híbrido, combinando planificación estatal con gobernanza participativa, en el que los gobiernos regionales diseñen sus propios planes territoriales alineados a una estrategia nacional.
De esta forma, el país podría construir un horizonte común, más allá de las diferencias políticas. La planificación sería un pacto nacional de desarrollo, no un programa de gobierno.
China enseña que el desarrollo no es una carrera de velocidad, sino de resistencia. Los planes quinquenales son, en esencia, una apuesta por el futuro. Chile, con su potencial humano y natural, podría beneficiarse enormemente de adoptar una planificación por etapas, con metas evaluables cada cinco años, actualizadas y vinculadas a un proyecto de país.
En momentos donde la incertidumbre global domina la agenda, pensar estratégicamente se convierte en un acto de soberanía. Copiar los buenos ejemplos no es rendirse ante otro modelo, sino aprender de su eficacia.
China demostró que planificar es poder. Chile tiene los recursos, la experiencia y el talento para hacerlo. Solo falta una decisión colectiva: imaginar el país que queremos ser y trazar, paso a paso, el camino para lograrlo.